De las últimas cosas que nos queda en Colombia que nos alarga la vida y que todavía no paga impuesto -a pesar de vivir en un país donde abundan las lágrimas- se conoce como: LA RISA.
La ciencia ha confirmado que la risa aumenta la vida y que alivia las tensiones y el mal genio y ante esto no puedo dejar de preguntar: ¿Porqué Colombia es uno de los primeros países alegres del planeta y nuestra gente no puede vivir feliz? El colombiano disfruta de las tristezas y trata de ver las circunstancias difíciles como un reto para ser feliz. Eso en el papel suena bonito y hasta creíble, pero la realidad es otra. La risa ha optado por tomar un camino distinto y su esencia se ha visto envuelta, al tratar de ser un escape para las depresiones de los colombianos. La verdadera risa se ha perdido o posiblemente a desaparecido al utilizarla como una máscara para fingir estar bien y para hacer amables las cosas, para por lo menos intentar no amargarnos.
El ja, ja, ja; el je, je, je; el ji, ji, ji; el jo, jo, jo; y el ju, ju, ju; limpia las tensiones del flexo solar, actúan sobre el vientre, en la mente y en las extremidades y nosotros reímos por necesidad más que por salud o bienestar.
Si hay una catástrofe, un terremoto, una masacre, un atentado terrorista, digamos, que unos ríen y otros lloran, los primeros: seudocompatriotas que disfrutan del dolor ajeno; y los segundos: actores de las tragedias que cayeron en la tenebrosa violencia de la naturaleza o del poder o de los que pertenecen al selecto club de los sensibles, que ante el panorama de la desdicha sienten lo que ocurre.
Por ejemplo: un sector donde abunda la pobreza como la calle del cartucho en Bogotá, que se encuentra ubicada a unas pocas cuadras de la Casa de Nariño donde vive la opulencia y se pasea el poder en gramos de riqueza nos permite preguntar: ¿Quién ríe más? Unos dirían que el presidente por que no le falta nada y otros afirmarían que los pobres porque no tienen que comer. Pero, ese ejemplo a lo único que nos lleva es a pensar: ¿Es que el sagrado corazón no sabe reír?
A veces puede fallarnos el corazón, pero la risa en nuestro país no tiene cabida en los funerales y por ende no tiene cementerio. Más allá de las complicaciones que nos brinda Colombia en cuestiones sociales, económicas y políticas, digamos, que la RISA emancipada por su hija la sorpresa nos calma las angustias, los desánimos y hasta los pensamientos depresivos y posiblemente puede hacernos ver la vida más amable, pero, como decía anteriormente: ese no fue el fin de su creación.
Cuando te sorprenden con algo que te haga reír permites emocionar a tu cuerpo sin la necesidad de pedirle mecánicamente al cerebro: ¡Por favor, señor operador al que le dicen cerebro, hágame reír!
Mi abuelo, un historiador de Antioquía en uno de sus libros afirmaba: “Yo enamoro a una mujer a través de la risa”, si los hombres hiciéramos reír a una mujer no necesitaríamos de tácticas y estrategias en la cama para complacerla, algún día a los hombres se nos morirá el poder sexual, pero jamás las ganas de hacer feliz a una mujer, y es ahí donde podemos estar seguros que nuestra familia jamás padecerá las tristezas de la vida. Las relaciones se sostienen con humor. ¿Imagínense una relación que no tenga risa? Cuando nosotros reímos nos conectamos con el interior, empezamos a reír con los labios y llevamos la sonrisa a un viaje por todo el cuerpo, como quién dice: ¡Sin risa no hay paraíso!.
Por tal razón, Colombia necesita sonreír no por chistes flojos de algún jediondo que se cree humorista, o de algún morboso que aprovecha por medio de los cuentos verdes satisfacer sus necesidades sexuales, ¡NO! Colombia necesita reír de felicidad, de que tenemos un plato de comida en la mesa y podemos hacer feliz a nuestra familia, de que podemos compartir en la cama un beso y reír por su forma más que por su contenido, necesitamos amarnos y respetarnos pero poniendo de por medio la RISA. Yo soy de los que creo que si en Cali, los organismos encargados de expedir los decretos de la ciudad ordenaran a través de uno de esos papeles, hacer reír a todas las dependencias del municipio para optimizar la atención al público y para que esas formalidades por las que pasan a diario se vean sometidas por la risa, todo sería diferente. ¿Imagínense ustedes a los políticos riéndole a los impuestos, a los proyectos y a nuestra democracia? Sería una ciudad más armonizada y menos amargada. ¡Y no es un chiste!